Sus manos



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Nunca hay una señal de alarma si la responsabilidad radica en otra persona, invade tu cotidianidad sin avisar, la arrolla y con su fuerza la transforma, produce un cambio…
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Cuando hay consciencia del daño, pues semejante violencia no puede suceder sin romper ni producir dolor, la adrenalina no siempre permite el trauma. Hay dudas, preguntas, a veces miedo. El otro, si lo hay, es la primera preocupación, una reacción deseable de una persona que todavía valora más la vida por encima de los materiales.
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Reconociendo los daños se procura al responsable, hay una ráfaga de preguntas lógicas con las que bien podría acribillar. Hay confusión, reina el interés, se alzan las palabras, hay estirones y empujes, el dinero es el móvil. Casi nadie dice: “Gracias a Dios”. Tragedia vial a la espera del desenlace.
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Una autoridad se acerca a esperar el mejor postor, se alzan las ofertas, la falsa tranquilidad, una integridad ambivalente, ojos que observan a la espera de palabras y promesas. No reina la paz, un nuevo choque de realidad, la querella se traslada de arena a uno más salvaje.
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Confusión, caos…
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Se despliega una maquinaria de  intimidación, aparecen los hombres con dientes afilados, hacen gala de sus garras, amenazan silenciosamente con una sonrisa maldita. Una danza de gestos y miradas que acribillan ante la complacencia de los juzgados asentados sobre el fango de sus desperdicios. Esta oscuridad que se alimenta de esperanzas nos quiere cubrir, cree poder ganar, tomar la vida y devorarla. ¡No! ¡No! ¿Nos dejarás caer en sus manos Señor? ¿Te complaces en su  maldad e injusticia? Tú nos librarás, es la esperanza llena de luz en esta sala fría e inanimada de condenación.
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Estás de pie, aquí, allá, arriba, abajo, nos abrazas y limpias nuestras lágrimas, burlas los planes de los perversos, te ríes de sus preparativos, frustras su maldad con la ingenuidad del cordero que al mismo tiempo es león. Abres la puerta para brindar salida, con tus manos tiras el cerco, rompes la red de quienes procuraban nuestro mal.
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Paso la tormenta, hay paz, mi dolor en la espalda y tus brazos con los que me cargas, brindas el descanso, nos llenas de nuevo con tu paz, estás aquí, allá, arriba, abajo, nos abrazas y limpias las lágrimas de nuestra cara. Pones nuestra insignificancia delante de nuestra mirada, estamos tan llenos de fragilidad como de eternidad. Humedeces con ternura tus manos para restaurar estos vasos de barro, sonríes, no estamos quebrados, estamos en tus manos.



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